Una mañana fría de invierno Martincho había llegado recién a una ciudad extraña y se sintió alarmado porque ya era hora de tomar el tren. Viendo que ya estaba retrasado comenzó a correr, llegó a la torre para fijarse la hora y vio que la hora ya había pasado, iba perder el tren. Todo alarmado iba corriendo y corriendo por las calles limpias, vacías y desiertas sin saber a dónde ni dónde era la estación de trenes. Esperaba ver a alguien pero nada.
Por fin vio un barrendero madrugador. Entre el cansancio y el apremio, le preguntó:
- ¿Señor, puede usted señalarme ‘el camino’?
El barrendero contestó:
- ¿El camino? ¿Por qué me preguntas a mí?
Martincho dijo:
- Porque soy extranjero y no conozco el camino. Estoy a punto de perder el tren.
El barrendero se rió y exclamó:
- ¿Quién puede mostrarle el camino a una persona?
El barrendero, haciendo un gesto de despedida, tomó su carrito y se apartó de él sonriendo.
El camino no existe, se hace camino al andar.
Por fin vio un barrendero madrugador. Entre el cansancio y el apremio, le preguntó:
- ¿Señor, puede usted señalarme ‘el camino’?
El barrendero contestó:
- ¿El camino? ¿Por qué me preguntas a mí?
Martincho dijo:
- Porque soy extranjero y no conozco el camino. Estoy a punto de perder el tren.
El barrendero se rió y exclamó:
- ¿Quién puede mostrarle el camino a una persona?
El barrendero, haciendo un gesto de despedida, tomó su carrito y se apartó de él sonriendo.
El camino no existe, se hace camino al andar.
Ohslho
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