miércoles, 2 de diciembre de 2009

UN SACERDOTE LLAMADO MARTINCHO


Apenas ordenado sacerdote Martincho fue destinado como vicario a su primera parroquia donde, justo esa noche, tocaba las confesiones. El viejo sacerdote, el párroco, se acomodó en la parte trasera del confesionario, para ver si el principiante lo hacía bien.
Martincho, estrenándose en el oficio, hizo lo mejor que pudo: que por cada pecado que la gente le confesaba él suspiraba:
-¡Uy! A veces ¡Guau! Otras veces ¡Ah!
Tras ese suceso, nuevo para el joven cura, intentó buscar la aprobación del párroco y preguntó:
-¿No lo hice tan mal, verdad, padre?
El párroco replicó:
-Sí. No demasiado mal, para ser la primera vez. Pero la próxima vez quisiera oír menos: ‘¡Uy! ¡Guau! ¡Ah!’ y un poco más: ‘¡dt, dt, ddd!’.

Di más ¡Uy! ¡Guau! ¡Ah! Y, en poco tiempo, tu capacidad de asombro aumentará.


Ohslho

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