jueves, 17 de diciembre de 2009

MARTINCHO Y SU CONSEJERO



Martincho fue a pedir un consejo al gurú sabiendo que, éste, era uno de los maestros espirituales más silenciosos.
Ya que su maestro espiritual, cada vez que iba a verlo, siempre permanecía en silencio, Martincho, al fin, perdió la paciencia y comenzó a exigirle al menos un consejo bajo la condición de un cumplimiento estricto que él debía llevarlo acabo prontamente.
El gurú, al fin, contestó:
-Haz el bien y arrójalo al pozo.
Al otro día, Martincho, ayudó a pasar la calle a una viejecita y, acto seguido, la lanzó a un pozo. Luego dijo:
-¡Promesa cumplida!

¡No malinterpretes las cosas!


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domingo, 13 de diciembre de 2009

MARTINCHO ENTRE DOS FILÓSOFOS




En un Bar tuvo lugar una discusión entre dos filósofos y Martincho. El primer filósofo dijo:

-Denme la lógica aristotélica y con ella lograré acabar con mi adversario. Todo lo que necesito es un poco de silogismo.

El otro filósofo también propuso:

-Yo me las arreglo con el sistema socrático de interrogación. Arrinconaré a mi contrario y acabaré de inmediato con él. Eso es todo lo que necesito, el sistema socrático.

Después de haber escuchado las dos intervenciones anteriores, Martincho dijo:



-Hermanos: si me dan un poco de platita, siempre acabaré teniendo razón; acabaré con mi contrincante. Pero un poco de platita constante, contante y sonante, siempre aclara el intelecto.






La lógica es siempre o como una prostituta o como un abogado. Se va con el que mejor paga.




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LA ENFERMERA Y MARTINCHO


Martincho se sintió mal de salud y fue internado en el hospital. Vino una enfermera y le alargó un frasco para que deposite una muestra de orina. Ella dijo:
-Volveré en busca, dentro de diez minutos.
Luego vino otra enfermera que le dio un vaso de sumo de naranja. El paciente, que tenía un poco de chispa, vertió el zumo de naranja en el frasco de la muestra.
Cuando volvió la primera enfermera, le echó un vistazo y dijo:
-Esta muestra parece un poco turbia.
Martincho asintió:
-Sí, que lo parece. Volveré a pasar y veremos si se aclara un poco.
Martincho se llevó el frasco a la boca para vaciarla y la enfermera cayó desmayada.

Si algo das por hecho, siempre terminará efectivizándose.


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EL BORRACHO MARTINCHO


Matincho, esta vez bien borracho, regresaba a casa andando. En el trayecto se topó con hombres que cavaban un hoyo en medio de la calle. El curiosamente preguntó:
-¿Qué están haciendo?
Uno de ellos contestó:
-Estamos construyendo una línea de Metro.
El borracho siguió preguntando:
-¿Y cuándo acabarán?
El hombre contestó:
-Pues en unos ocho años.
Martincho parecía pensárselo bien durante unos instantes y luego respondió:
Al demonio con ese Metro! ¡Tomaré un Taxi!


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EL AMULETO DE MARTINCHO


Martincho lo perdió todo en un juego de casinos. Intentó en todos los puestos pero todo acabó siendo un desastre.

Al final todo lo que le quedó fue una moneda de cincuenta centavos bien incrustado en su bolsillo. Mientras caminaba por la calle lanzaba hacia arriba imaginando volver a hacer otra apuesta. Pero en un de esos intentos la moneda cayó en la rejilla de un acueducto que, justo, pasaba por media calle. Martincho se lanzó a recuperarla sin pensarlo dos veces. Sin embargo, justo en ese momento, vino un taxi, lo atropelló y fue llevado al hospital inmediatamente por que tenía una pierna rota.

En unos meses fue dado de alta y, con la indemnización recibida del seguro, volvió a los casinos. Recordando el suceso del atropello, volvió a ver la rejilla del acueducto donde había perdido la moneda de cincuenta centavos. Se puso a mirar si podía aún recuperarla pero, en ese momento, vino otro taxi y lo atropelló. Otra vez con una pierna rota fue conducido al hospital.

Cuando llegó al hospital, averiguaron todo cuanto le había sucedido una vez más, y la doctora exclamó:
-¡Cómo es posible que le hayan atropellado dos veces en el mismo sitio! ¿Y qué demonios hacía otra vez en esa miserable rejilla de acueducto?
Martincho explicó:
-Era mi amuleto de la suerte. No quería perderlo.

La gente siempre está detrás de infinidad de cosas. ¡Descansa un poco!

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miércoles, 2 de diciembre de 2009

UN SACERDOTE LLAMADO MARTINCHO


Apenas ordenado sacerdote Martincho fue destinado como vicario a su primera parroquia donde, justo esa noche, tocaba las confesiones. El viejo sacerdote, el párroco, se acomodó en la parte trasera del confesionario, para ver si el principiante lo hacía bien.
Martincho, estrenándose en el oficio, hizo lo mejor que pudo: que por cada pecado que la gente le confesaba él suspiraba:
-¡Uy! A veces ¡Guau! Otras veces ¡Ah!
Tras ese suceso, nuevo para el joven cura, intentó buscar la aprobación del párroco y preguntó:
-¿No lo hice tan mal, verdad, padre?
El párroco replicó:
-Sí. No demasiado mal, para ser la primera vez. Pero la próxima vez quisiera oír menos: ‘¡Uy! ¡Guau! ¡Ah!’ y un poco más: ‘¡dt, dt, ddd!’.

Di más ¡Uy! ¡Guau! ¡Ah! Y, en poco tiempo, tu capacidad de asombro aumentará.


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